miércoles, 9 de abril de 2008

Diario Invento[1] de Francisco Hernández


Quienes cuentan con el amor, generalmente cuentan el amor. Los buenos amadores son buenos narradores. Alguien lo dijo alguna vez: “nos enamoramos para contar de nuevo nuestra historia.”

Francisco Hernández

Diario invento es la narración de un buen amador; amador de la lengua en que la perra Depresión le trae el desayuno; de la lengua en que sus poetas, sus amigos, su familia y la amada son leídos y escuchados; en que sus alergias y antidepresivos tienen nombre. Un buen amador de la ironía, del gusto de inventarse a diario, de recorrer ciudades, conversaciones, libros, imágenes, calles y personas, y palabras. Diario invento es la recuperación de las palabras, las palabras inventadas, las recordadas, las recién nacidas, las burladas, que llegan a recobrarse en la escritura, en el relato de los caminos del ciudadano, del abuelo, del amante, del lector, del mirón, del creador de versos y poemas. Asistir a la invención de este diario, es presenciar la creación de un Francisco Hernández en el territorio de la escritura; creación cotidiana en la que lo imaginario y lo memorable se entreveran para que el escritor pueda devenir en otros nombres: La Jarocha, Sofía, el Mochaorejas, José Alfredo Jiménez, un agente de tránsito, una embarazada, Kafka.

Libro en el buró de un Francisco Hernández amado e imaginado, en el que todo pasa, una vez que saca la cabeza del saco de yute y se admira de la insistencia del sol, para caminar al lado de pintores, poetas y chamacas con el pelo rojo y señores con el pelo verde y jovencitos con el pelo amarillo, y fiordos y judíos; también Kafka, también su ciudad, Praga: “Kafka pasa junto a nosotros. Lo saludamos emocionados. Él ni siquiera voltea a vernos”.

Escribir a diario es volver los ojos al lenguaje, caer en cuenta de las palabras que llegan con el tiempo: “Después de los 50 frecuentemente se dicen, o se escuchan palabras tan seductoras como várices, calvicie, lonjas, colesterol, colitis, arrugas y testamento”. Es recibir con los brazos abiertos de la ironía y la celebración acontecimientos tan singulares como que el Necaxa le ganó a Chivas 1 a 0 en la final del campeonato y decir que: “El Necaxa es como los vampiros: su fuerza radica en que nadie cree en ellos”; o la llegada del Papa Peregrino, y formularse preguntas: “¿besará Juan Pablo II el suelo del Aeropuerto?, ¿se podrá levantar si lo hace?, ¿traerá algún logotipo de sus patrocinadores en la vestimenta?” o encontrar proverbios lo más de justos a la ocasión: “No por mucho aterrizar, amanecen más creyentes”. Proverbio Polaco; o este otro proverbio veracruzano: “Sólo te ofrecen homenajes cuando te estás haciendo viejo. Y sólo los aceptas cuando ya eres un viejo pendejo”.

Escribir a diario, es inventar a diario el amor, nombrarlo, trazar el mapa de sus recorridos para atajar el territorio vacío de su ausencia: “No estás y estoy en el vacío. Quiero verte. Mirar cómo te lavas los dientes, cómo haces quesadillas, cómo haces el amor.” Porque amar y escribir son el pan y el sol del potencial ciudadano suicida que leemos y que creemos que respira lo mismo que nosotros, el aire de esta ciudad de México que apesta; o que tiene una patria imaginaria en la Habana, en la voz de Omara Portuondo o en la ciudad Lutecia. Leer este diario es transitar de indocumentado en el territorio de la poesía y en el deseo pertinaz del que habita en la palabra:

Quedarme sin oír, casi enterrado, casi en el sordo entorno convertido, casi de piedra el río en la memoria, de piedra toda lengua de pájaro en la infancia, de piedra casi el esqueleto del aire venenoso, casi sin música en el corazón, sin verbo casi, sometido casi a los labios de una mujer-lenguaje donde puedo sudar hasta morirme, donde puedo callar y ser oído, donde puedo ser pronunciado como un nombre o casi dibujado como un hombre sobre una piedra-página hecha polvo.



[1] Francisco Hernández. Diario Invento. Abril de 1998- marzo 1999. Editorial Aldus [en colaboración con Monte Carmelo Ediciones], México, 2003.119 pp.

te vas para no volver

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