martes, 24 de junio de 2008

Escalera al cielo / Novísimos poetas


Por Sergio González Rodríguez

De la República de las letras a la red de blogueros que versifican o inscriben en el ciberespacio, hasta el momento, ninguna mente lúcida ha examinado las conductas de la intelectualidad mexicana y sus relaciones ante el poder en los últimos años.

Lo que consta en los hechos es que, conforme el antiguo régimen perdía el poder y abandonaba su manejo legitimador de la cultura en el País y hacia el exterior, el gobierno del cambio y sucesores sexenales exterminaron las instituciones culturales hasta llevarlas al punto crítico en el que apenas sobreviven. Por su parte, las autoridades de izquierda en el Distrito Federal han usurpado aquellos usos legitimadores para convertirlos en una línea estratégica, a partir de los gremios artísticos y literarios de filia progresista con sus protagonistas centrales a la vanguardia.

Desde 1997, y mediante un amasijo extravagante de clientelismo populista, demagógico, asistencial, de índole electorera y proclive a la confusión entre cultura y espectáculo, la izquierda en el gobierno capitalino ha logrado reconvertir los viejos usos y costumbres culturales en gran utilidad política, al grado de que en los gremios artísticos y literarios se expresa un apoyo patente, cotidiano e incondicional a las actividades del jefe de Gobierno actual y su equipo más cercano. La palabra clave allí es: ideología, en el sentido marxiano de falsa conciencia.

Sin embargo, en un nivel secundario, muchas veces ajenas al reconocimiento público y sujetas a las veleidades y limitaciones de la barbarie ideológico-burocrática, hay aportaciones interesantes que lucen marginales debido a su referencialidad cultural por excelencia. Tal es el caso de Cristina Faesler en el Museo de la Ciudad de México, José Wolfer en el Festival del Centro Histórico y Antonio Calera en Casa Vecina, que ha estimulado, entre otras actividades, un selecto fondo editorial que incluye libros valiosos como Símbolos, fantasmas y afectos, del crítico de arte José Luis Barrios, o la estupenda monografía sobre el culto a la Santa Muerte titulada La muerte de tu lado, de Claudia Adeath y Regnar Kristensen.

Justo como una novedad de Casa Vecina comienza a circular la notable antología de jóvenes poetas mexicanos Divino tesoro, bajo selección y prólogo del también poeta Luis Felipe Fabre. Ésta marca un deslinde radical sobre el oficio poético de ayer hacia el futuro. Una suerte de rasero y emblema de cómo ha cambiado poco a poco el perfil prestigioso de la poesía en nuestro País. El abandono paulatino de la estatura reverencial y solemne ante el Lenguaje, la Historia, la Metafísica, la Ontología, etcétera, hacia la flexibilidad, el impulso leve, la ironía y la búsqueda de nuevas formas expresivas sin afanes funerario-monumentalistas ni grandilocuencias.

En Divino tesoro lo primero que se aprecia es un espíritu postvanguardista en implosión, además de reflejar una de las pasiones que mejor definen, más allá del imperativo de velocidad, el ímpetu creativo de las nuevas generaciones: la contemporaneidad-contemporánea, si es permisible el juego de palabras. Es decir, el afecto extremo de saturar el instante hasta fincar un agujero negro cuya fuerza devora no sólo la tradición literaria sino la propia imposibilidad de atisbar un futuro. Un suspenso literario. Se trata de una de las caudas de la revolución tecnológica en la vida cotidiana que ejemplifica Internet, su vértigo ubicuo, masivo, simultáneo y prosaico (oclográfico, diría Heriberto Yépez, confróntese El Ángel, 18 de mayo de 2008). En tal circunstancia, la poesía es un conmutador que conecta al instante múltiples insumos culturales, de lo canónico al rap, los mezcla, los reelabora, los altera, los pervierte y construye para ellos un nuevo campo de apreciación y lectura. La poesía se revela como lo poético: un fenómeno derivativo e ilímite. La manía sincrónica a ultranza contra lo anacrónico.

La factura de semejante conmutador habría sido imposible sin sus antecedentes mexicanos: algunos ingredientes estridentistas, o ciertos poemas de Salvador Novo y Renato Leduc; en tiempos más recientes, la juventud poética de José Joaquín Blanco, Ricardo Castillo y Ricardo Yánez. O Mario Santiago y Roberto Bolaño. Por su parte, el antologador Luis Felipe Fabre realza en tal contexto la popularidad creciente de Gerardo Deniz y su brillante excentricidad, cuyo espectro ronda a los poetas en ascenso.

Divino tesoro reúne a 22 poetas nacidos entre 1976 y 1990, y la idea de fondo que llevó al antologador a realizar su trabajo fue establecer un registro de poéticas inconformes frente a una estética dominante que lleva ya tiempo en crisis. Como afirma Fabre, su libro implica un corte transversal, una lectura sesgada en la poesía mexicana más reciente. Y en términos de criterio selectivo la antología resulta homogénea y consistente con sus premisas. Sin embargo, en el conjunto de los antologados se distinguen por su mayor oficio y complejidad Eduardo Padilla, Maricela Guerrero Reyes, Omar Pimienta, Óscar de Pablo, Feli Dávalos y Óscar David López. La convergencia de tantos poetas jóvenes en un mismo campo experimental expresa una clara urgencia de transformaciones profundas en el ámbito de nuestra recepción literaria.

Comparada con una antología de tres décadas antes como Asamblea de poetas, Divino tesoro carece de la diversidad de posibilidades poéticas que recuperaba Gabriel Zaid al compaginar aquélla. En cambio, la de Luis Felipe Fabre recupera las posibilidades de una no-diversidad. Un grito unánime en cuanto a las sensibilidades instantáneas de otra época que comenzó a imponerse ya desde tiempo atrás. Como dice un verso de Jorge Betanzos, también antologado: la herida es de años: no hay marca.

Fuente: El Ángel de Reforma / México
Domingo, 22 de junio de 2008

2 comentarios:

Ivan Ortega-López dijo...

por fin!
jeje
me tarde como dos meses en encontrar tu blog...

un saludo

Iván Ortega-López

mg77 dijo...

más vale tarde que nunca. te mando un abrazo, espero coincidamos pronto, maricela.

te vas para no volver

te vas para no volver